Por: @juliodemocrata2
Salí temprano de casa rumbo a una
diligencia personal en el trayecto y pensando en las ocupaciones del día me
toma la siguiente preocupación ¡tengo poco efectivo! Realmente sólo para un
pasaje. Preocupado por la incertidumbre de no saber cuánto cobrará el chófer de
la unidad. Es que la situación de anarquía en el país es tal que los precios
incluyendo el pasaje, varían a diario. Llevo un mes sin carro, averiado, y es que
los repuestos están por las nubes; para solucionar esto se requiere de varios
sacrificios, pero es otro tema.
Ya camino a la parada para tomar el
bus que me lleve a la plaza catia consigo en la vía a mis vecinos barriendo el
frente de sus casas, responden a mis ¡buenos días! con amabilidad y sonrisa, un
gesto de aprecio que es mutuo entre ellos y yo, eso no ha cambiando a pesar de
lo que padecemos las familias en Venezuela el afecto no corre peligro. Llego al
centro de catia y al bajarnos de bus nos recibe una montaña de basura regada,
es la misma imagen que se repite a diario por la falta de voluntad real de la
Alcaldía de Caracas, que se rehúsa a dar soluciones a los caraqueños. Enseguida
mi mente comienza a trabajar en las miles de cosas que nos toca por hacer a los
ciudadanos para cambiar a quiénes desde el poder sólo nos han fregado la vida
en este tiempo, ideas van y vienen mientras no se aparta la preocupación sobre
el efectivo, ya en plaza catia tomo en cuenta la cola de los dos cajeros
electrónicos de un reconocido banco, solo dan veinte mil bolívares
diarios.
En mi camino al banco veo la
panadería de la esquina que ofrece en un letrero la venta de Pollo entero, a
unos árabes que cosen y venden pega para zapatos, ofreciendo además cebollas y
cambures. Unos niños que cruzan la esquina con sus uniformes arregladitos para ir
a la escuela. Mis pensamientos varían, ya tenía veinte mil bolívares más en
efectivo, lo pienso y sonrió, cuál ganador de maratón. Es que no es tan fácil
lograr efectivo de un cajero electrónico por este tiempo. Cruzo el semáforo y
veo a una joven bien parecida, arreglada y con un aroma muy fresco y agradable,
lleva el uniforme de la entidad bancaria en la que estuve.
Cruzaba apresurada, llevaba una sonrisa en su rostro, y es que cuando pasó
cerca de unos moto taxis fue una lluvia de piropos los que le acompañaban.
Reí y caía en cuenta de lo paradójico que se nos ha vuelto los días a los ciudadanos. Es verdad, las dificultades que a diario vivimos, pero que no detienen a esos hombres y mujeres que luchan por sus familias. Me detuve y vi de todo, la sonrisa ahora era la mía; me dije ¡cómo no agradecerle a Dios! ¡Gracias! por haberme permitido nacer en Venezuela, un país que se niega a estar a oscuras y que a pesar de las vicisitudes sigue soñando y desde lo poco cada ciudadano hace mucho por tener "buenos días" y seguir construyendo sus sueños.
Julio César Reyes
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